La deuda hipotecaria sigue siendo, cuatro años después de estallar la burbuja inmobiliaria en EE UU, el riesgo mayor al que se enfrentan los bancos grandes. Sus carteras están repletas de activos bajo estrés, lo que en cifras se traduce en un inventario con 1,6 millones de viviendas morosas para las que en muchos casos no encuentran comprador en un mercado deprimido.
Son propiedades muertas. Y meter la excavadora para enterrarlas es más barato, porque esas viviendas tienen costes de mantenimiento e impuestos. Hace dos años, esos mismos bancos y las constructoras llegaron a ofrecer que algunas viviendas recién construidas en Nevada se pusieran en alquiler con el único compromiso del inquilino de cubrir gastos.
Reparar las que están en peor estado saldría demasiado caro, y en muchos casos no garantiza la venta. Echar abajo un inmueble ?suele costar entre 5.450 y 7.267 euros? es un argumento económico que ayuda a convencer a los inversores a dar salida a esos activos. Y al tratarse de donaciones, el banco puede además deducirlas del pago de impuestos al final de año.
Los números cuadran para entidades como Bank of America, Wells Fargo o JP Morgan Chase, incluso la hipotecaria semipública Fannie Mae, que arrastran un fardo que empieza a ser pesado y quieren quitarse de encima. Para mejorar su imagen, donan las propiedades muertas a "bancos de solares" controlados por los Ayuntamientos y de paso se deshacen de un activo que contamina su balance. El gobierno local también sale ganando, porque se hace con terreno. Y los economistas apoyan la medida, porque dicen que al retirarlas se impide que el precio baje más. Este tipo de canjes lo hacían pequeñas organizaciones, que acudían a subastas de casas desahuciadas organizadas por los bancos. Ahora está más estructurado y permite a los Ayuntamientos aprovechar las crisis para reconfigurar el uso del suelo.
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