Se está esperando que ocurra el milagro, que cualquier día al despertarnos las noticias digan que se ha pasado el susto, que todo ha sido un mal sueño, que las cosas vuelven a la normalidad, que el dinero fluye, que podemos seguir endeudandonos para gastar en tonterías y superficialidades.
Volver a ¿ qué normalidad?.
Acaso se puede vivir en el tiovivo de 700.000 viviendas con una serie de promotores que no habían visto un ladrillo en su vida pero que ante la amistad con los bancos o las cajas creaban empresas de la noche a la mañana y se dedicaban a construir miles de viviendas sin orden ni concierto.
Esos mismos que luego se las han endosado a la banca y que la banca ahora quiere que paguemos todos.
Por fortuna las cosas no van a volver a ser como fueron estos años pasados.
Y no van a ser porque no hay dinero para ello. No hay un duro, pero no porque “los vivos” no estén interesados en que vuelvan las aguas a su cauce, ahora ya saben como se hacía.
Y tampoco van a volver a ser como antes, ya que van a pedirse responsabilidades.
Lo que no saben es la cantidad de demandas que van a inundar los juzgados en reclamación de daños y perjuicios por lo mal que se ha construido y las barbaridades que se han cometido.
Se presentan unos años muy interesantes para los profesionales del derecho que estén dispuestos a tirar de la manta de toda esta sinrazón.
La primera lección que tenemos que aprender de la situación es qué hemos hecho mal para poder entenderlo y aceptarlo.
Sino entendemos ni aceptamos los errores cometidos, mal vamos a arreglarlos, mal vamos a cambiar.
Mal vamos si no somos capaces de entender lo sucedido.
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