Sin contar los mil seiscientos años que han transcurrido desde la caída del Imperio Romano, génesis en el tiempo de la idea de la actual Europa, crearla con sus imperfecciones como la conocemos hoy ha costado 55 años desde que Jean Monnet, Di Gaspari , Schuman Adenauer y los visionarios de la década de los 50 pusieron en marcha la Comunidad Europea del carbón y del acero.
Ahora por las estrecheces de miras de los políticos nacionales, por los intereses de las multinacionales, por la falta de escrúpulos de los especuladores y sobre todo por el desconocimiento de la inmensa mayoría de la población del significado y las consecuencias de la inexistencia de Europa, una ola de euroexcepticismo recorre Europa.
Hay una previsión clara: Si Europa se rompe volveremos al ostracismo político, al autarquismo económico, a la noche de los tiempos.
En un mundo globalizado como el actual, en el que dominan las multinacionales el comercio y las finanzas, se necesita que exista un freno a tanta especulación y a tanta maldad intrínseca como existe en los mercados sin regular.
Vivimos en momentos difíciles por la avaricia de unos pocos y la mendicidad de la mayoría, que nos negamos a cambiar, como si esta situación de paroxismo que hemos vivido, fuera la razón intrínseca de nuestra existencia.
Lo que desean las multinacionales y los tan flamantemente denominados mercados es que Europa no resista el envite para poder campar a sus respetos.
Tenemos la obligación de aprender, de estar vigilantes y de exigir a los Gobiernos que sean más exigentes con la gobernanza general. Pero sobre todo, que de una vez por todas sean capaces de dejar atrás las alabanzas pueblerinas para entender que solo seremos alguien en el futuro si hacemos una casa común fuerte y limpia llamada Europa.
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