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jueves, 1 de septiembre de 2011

DIALOGO DE SORDOS.


Uno de los problemas que tiene un mal parlamentarismo, como el que sufrimos en este País, es la imagen que genera en el público en general.
En los últimos años nos hemos acostumbrado a ver como en el Congreso de los Diputados y en la vida política en general, los políticos de los diferentes partidos, suelta cada uno su perorata, sin importarle un bledo su contrario, preocupado exclusivamente de hacer valer su razón.
Entendiendo por razón exclusivamente, las palabras o frases en que se apoya el discurso, no el argumento o demostración que se aduce en defensa de algo.
Así hemos ido desarrollando nuestras exposiciones, expresiones y formas de intercambiar frases o argumentaciones con desconocidos en la forma y manera que desde hace años hemos visto a los políticos hacer, al entender que el oficio de la política, como  expresión de la palabra era la imagen que debía de ilustrarnos en nuestro debate.
En realidad, lo que se hace en el Congreso, lo que se hace en la vida política es un diálogo de sordos, es decir que cada uno va a su bola sin importarle lo que dice, lo que opina, lo que siente,lo que está expresando el contrario.
Partimos de una mala educación general,  que no se nos ha enseñado a escuchar.
Todos los extranjeros dicen de nosotros entre otras muchas cosas, que somos un pueblo de gritones, que nos hablamos  a gritos. Porque creemos que así será más fácil tener razón.
Si grita tanto será porque tiene razón, es una creencia que incluso ha estado vigente muchas décadas en nuestra interiorización.
La educación, la cortesía y el modo, como decía el castizo, nos ha enseñado a muchos que creemos que la empatía es la forma de entender las relaciones humanas y que por fortuna tras la lectura, información, estudio y análisis conseguimos tener una opinión a desechar el grito como justificante de la razón y a aprender a dialogar con el objetivo de  mejorar.
Pero para aprender y mejorar hay que escuchar, hay que leer, aprender, interiorizar e intentar entender al contrario.
El contrario, el diferente es solo eso, un ser humano que por fortuna es, o piensa, o se manifiesta de forma diferente a nosotros. Y digo por fortuna porque no hay nada más aburrido ni más alienante que el unilateranismo, la uniformidad.
Al final el diálogo de sordos, se convierte en un diálogo de besugos, sin coherencia alguna, ya que al no escuchar, al no entender, al no preocuparse del contrario, al ver a ese contrario en lugar de diferente,  como enemigo, caemos en la mala práctica del escarnio, del odio y del menosprecio creando diferencias inexistentes y mostrando al contrario como subnormal, loco, ideólogo o incluso manipulador.
Descartemos las malas prácticas de nuestros políticos, olvidémonos de ellas, respetémonos, aprendamos a exponer posturas y argumentos diferentes y a defenderlos de forma abierta, sin maldad, sin dobles lecturas, sin rabia ni menosprecio, sin doblez.
Y sobre todo no veamos en las diferencias, la base de la política rastrera que aplica el sofisma como base de su existencia.
Para sobrevivir a la crisis una de las cosas que debemos de aprender es a dialogar, a escuchar.
Y solo con ese pequeño cambio de aprender a escuchar veremos cómo nuestro entorno cambia.
Decía el filósofo que no aspires a cambiar el mundo, aspira a cambiarte a ti. Solo a ti, el mundo ya cambiará. Tu cambio ayudará a ello.

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